miércoles, 18 de septiembre de 2013

At the Late Night Triple Feature Picture Show (I)

Como decíamos ayer, de vez en cuando me da el arrebato compulsivo y empiezo a darle sin parar a lo que sea que se me haya pasado por la cabeza: ver películas, leer libros, poner videojuegos viejos, navajear chaperos, todo a la vez... Así pues, vuelve el ataque de las películas en serie.






Grande lo último de ese expendedor de títulos de culto llamado Don Coscarelli. Desde Bubba Ho-Tep que no presentaba nada en la gran pantalla y desde el nefasto episodio para Masters of Horror que no sabía de él. En John Dies at the End, largometraje basado en la novela de David Wong, el "propio" David Wong y su colega John son una especie de caza-fantasmas que se ven envueltos en una alucinación, o no, de la "salsa de soja", una droga potente como heroína ochentera y vizcaína en plan multi-dimensional. La historia es un viaje en toda regla por el que hay que dejarse llevar y en el que se mezclan diferentes planos de espacio y tiempo, llamadas desde el más allá, bichos de todo tipo... El protagonista es nefasto y el ritmo cae hacia el tercer cuarto, pero el rollo de cine de aventuras fantásticas a lo Golpe en la pequeña China me puede.






Últimamente le estoy dando duro al terror italiano, una muestra más de que el país transalpino puede estar constantemente en descomposición, pero le va en la sangre copiar géneros y devolvértelos pasados por su tamiz cultural, tratando de retorcer tu cabeza y ofrecer algo, como poco, mortalmente entretenido. Entre otras (sí, la escena en moto de Demons es una pasada), cayó esta Dellamorte Dellamore (Cemetery Man para il mondo anglosassone, donde se distribuye entre otras formas con ese dibujo que define con colores de vidriera maldita lo que va en el celuloide), película de 1994 y último título con el que contribuyó al cine de terror Michele Soavi, entregado desde entonces a las producciones televisivas y a otros géneros no sé si con resignación o con total predisposición. Dellamorte Dellamore, basado en una novela de Tiziano Sclavi (creador de Dylan Dog), narra las andanzas de Francesco Dellamorte (Rupert Everett, tú), enterrador y cuidador del cementerio en el pueblecito de Buffalora y que trata de mantener a raya a los difuntos que cobran vida. Pero estos revenidos no son el tema central de la película. O sí, pero no solo, porque la cosa se dispara desde el principio. Muerte, violencia, necrofilia, humor a la italiana... La historia se desvía unas cuantas veces y tiene ideas como para dos películas más, pero ahí, y en la mórbida ambientación, es donde radica su belleza: en poner todo delante de la cámara, con romanticismo y arrojo sin importar otra cosa. Que vengan los muertos, que aquí les espero. Un largometraje alucinado y jodidamente entretenido. Más allá de alegorías y metáforas, que allá cada cual con su tiempo.






Al fin he podido ver la nueva película de la H. P. Lovecraft Historical Society. Tenía grandes expectativas después de aquella The Call of Cthulhu, esa joya del fantástico de principios de siglo XXI. Para esta ocasión, han adoptado ciertos tics del cine de los años 30 y 40 y no trata de ser, como la anterior, un remedo casi perfecto de una película de la época. Por ejemplo, las formas son un poco de serie de televisión y la fotografía no tiene tanto grano como creo que le haría falta. Lo que es de agradecer es que no lo hayan tirado por lo camp, como parece que hay que hacer hoy en día en plan "si las cosas les salían mal porque no tenían pasta, hagámoslas también mal porque es que se hacían así". Los creadores han repetido, bien por ellos, lo con lo que llaman Mythoscope (¡gran nombre!), el sistema mediante el que mezclan diferentes técnicas visuales que dan a la película una personalidad muy especial (aunque no me convence del todo la manera de representar a los monstruitos, y estos aparecen demasiado para mi gusto). Ahora bien, estas pequeñas pegas no quitan que me haya parecido un título tremendo. El aura de culto cósmico-pueblerino y de ir andando poco hacia la perdición es glorioso, ese escalofrío que uno siente al leer la palabra "Miskatonic" es lo que marca el ambiente de horror preternatural. Esta gente lo lleva en la sangre y se nota.. Como la anterior, por fans, para fans y para cualquiera que quiera ver una buena película de cine fantástico. Se sale ese cartel con colores a lo Shadow of the Comet.

sábado, 11 de agosto de 2012

At the late night double feature picture show (I)

Últimamente, he recuperado de nuevo los niveles de hace tiempo a la hora de ver películas, nivel alcanzado gracias a una pasión obsesiva y compulsiva que me hace ponerme dos o tres películas por día, principalmente por la noche. Como la cantidad de films vistos en los últimos días es considerable y algunos hasta tienen cierto interés para los visitantes de este blog, aquí va la primera selección de dos películas por entrada para esta mini-serie de entradas que he dado en llamar, de manera muy imaginativa y original, At the late night double feature picture show.


Don Sharp fue uno de aquellos artesanos que ejerció parte de su labor para la gran familia que era la productora Hammer. Suyas son, por ejemplo, Kiss of the vampire y Rasputin, the mad monk, dos de las películas que surgen sin mucha dificultad cuando se habla sobre esta mítica casa, pero también la menos conocida The devil-ship pirates, una de las incursiones de la productora británica en el cine de piratas. Al margen de la Casa del Terror, Sharp tuvo una larga y fructífera carrera, a lo largo de la cual nos obsequió con grandes entretenimientos como Witchcraft.

Estrenada en 1964, y a través de una fotografía en blanco y negro que acentúa el ambiente macabro de la cinta, Witchcraft narra la historia de Vanessa, acusada de brujería y enterrada viva 300 años atrás y que vuelve a la "vida" tras ser removida la tierra del cementerio en el que descansa por parte de una constructora en lo que entiendo cierta crítica a la depredación inmobiliaria. El núcleo de la trama, que se sigue con interés y está dirigida con un oficio británico casi proverbial, asienta sus pies sobre ese horror anterior a la civilización presente y que aguarda dormido su momento esperando a que la desentierren. Y nunca mejor dicho. El regreso de la bruja prefigura una venganza, destinada a aquellos que la condenaron a la muerte en vida, en la que está acompañada por ritos nigrománticos y satánicos, en unas escenas llevadas con acierto tenebrista por parte del director.


 Into the coven


Además, la película tiene un par de detalles como el rencor milenario entre los Whitlock, linaje anglosajón de rancio abolengo, y los Lanier, raigambre normanda (nuevos ricos se podría decir), por una parte; y la relación entre los descendientes de ambos al estilo Romeo y Julieta por otra que le dan un curioso empaque a la película. Buena elección para iniciar una sesión doble de brujería.




Piers Haggard dio a luz en 1970 Blood on Satan's claw,  película que Mark Gatiss calificó en el documental de la BBC A history of horror como uno de los principales ejemplos de folk horror. Bajo este término, cuya aplicación al cine desconozco si fue idea de Gatiss, se engloban las historias cuya narrativa incorpora como elementos clave ritos ancestrales y paganos que lindan con el satanismo y la brujería en cuanto formas pre-cristianas que permanecen ajenas a la "civilización", fuerzas latentes cuyas raíces se nutren de la propia naturaleza y trascienden al solo individuo. En la práctica, y como sub-género de corta duración, las películas etiquetadas con este nombre no alcanzan los dedos de una mano (de la propia Blood on Satan's claw, la grande y soberbia The wicker man y Witchfinder General habla Mark Gatiss, aunque esta última se podría discutir), si bien se puede hacer extensible a otros largometrajes que comparten similar espíritu, casos de The devil rides out de la Hammer, Night of the demon de Tourneur o Eye of the devil.

Dicha película se estrenó bajo el auspicio de Tigon British Film Productions, una de las productoras que junto con Amicus o Tyburn aportaba su cuota de terror made in Britain a un mercado donde reinaba la Hammer desde finales de los 50. Haggard traza una historia donde el paisaje de la campiña inglesa del siglo XVII cobra especial relevancia, filmado en amplios encuadres o mediante diversos planos a ras de suelo que subrayan el carácter clave de la tierra en este cuento de horror. En la pequeña villa donde transcurre la acción, un campesino encuentra con su arado una calavera deformada con un ojo y pelo sobre ella. Este descubrimiento, que desaparece en cuanto el campesino regresa a buscar al juez (Patrick Wymark) para que vea aquello, dará inicio a una serie de acontecimientos que enfrentará al pueblo con temores que creían enterrados desde hacía siglos.


Tetas


A lo largo de hora y media, la trama, puesta en movimiento en unos tonos fríos similares a Witchfinder General aunque  más pulidos que los de su hermana, discurre por varios de los puntos cardinales de este tipo de películas: el secreto mágico compartido por un grupo determinado, la procesión, el culto a divinidades mediante sacrificios humanos, el conflicto hostil con los representantes de la religión vigente. De esta forma, el tapiz se va enriqueciendo mediante símbolos diseminados aquí y allí que remarcan el carácter cuasi mítico del relato: el lugar del rito, una iglesia entre cuyas ruinas se levanta el Mal; la procesión que preludia el rito de sangre siempre toma forma de juego de niños; la presencia salvaje e imponente de la naturaleza, las coronas en forma de flores, los desnudos nada puritanos.

A pesar de ciertas dudas de por dónde tirar la historia y algunos titubeos que pueden hacer recelar al espectador, Blood on Satan's claw es, en conjunto, una más que entretenida producción británica de ese género que, siguiendo a Machen, sacó el terror de los castillos entre tinieblas y lo colocó a plena luz del día revistiéndolo de viejos símbolos dando espacio a ese horror soterrado y anciano como el mundo que permanece oculto e indómito.

jueves, 9 de agosto de 2012

DX-Ball


En 1986, Taito, esa compañía cuyo logotipo tenemos incrustado en el cerebro tras años jugando a las máquinas recreativas, decidió coger el viejo juego Breakout de Atari y darle una limpieza visual. El resultado fue Arkanoid, un éxito inmediato que se tradujo en su aparición en todo tipo de consolas, en las mencionadas maquinitas y en el interés de todo tipo de programadores por destriparlo y hacer su propia versión de este adictivo arcade.

Uno de estos programadores fue Michael P. Welch, alguien que se define como gran fan de los ordenadores Amiga y Commodore 64 y entusiasta de lo que podríamos llamar videojuegos de garaje, hechos por 1 ó 2 personas, además de los gráficos coloristas y la jugabilidad simple y adictiva. Algo que no se queda en simples palabras y podemos apreciar en este DX-Ball




El tal Welch no hizo más que lo que en terminos cinematográficos se llama remake. Con una salvedad: no se cargó la obra original. Simplemente, cogió el Arkanoid, modificó los colores, creó un número elevadísimo de pantallas (¿100? No sabría decir ahora, pero hay rato) e introdujo diferentes y atractivos power-ups para regocijo, o espanto, del jugador. Como tantos otros, pero este es el más divertido que he encontrado hasta la fecha. Recordaré la mecánica del juego para aquel que no la conozca: con el ratón, controlas una barra que tiene pegada una pelota pequeña. Encima, en una brillante imagen en 2D, se encuentra un muro de ladrillos. Si haces click en el ratón, la pelota sale disparada, rauda para romper cuantos más ladrillos mejor. Lógicamente, si fallas al devolver la pelota pierdes. Si logras devolverla, comprobarás a que se referían los cyberpunks con aquello de las drogas cibernéticas. Vas pasando de pantallas y ganando puntos, pero cada vez quiere más y más. Y te fastidia cuando la bola empieza a ir a toda velocidad; o tal vez no, tal vez te motiva como a mí si es que estás tan tarado como para pensar que a alguien más que a ti le importa el hecho de pasarse un nivel más. Y se te dibuja una amplia sonrisa, o debería decir mueca psicopática, similar a la que experimenta el personaje del Doom al recoger la escopeta de dos cañones, cuando te caen los citados power-ups, las mejoras para la pelota que hacen que rompas más y mejor los ladrillos. Hay varias, pero las ideales son las que yo llamo "el disparo", "la bola billar", "la bola volcán" y la suma de estas dos últimas: "la bola billar-volcán". Muy imaginativo. Y eficiente.




Divertido, adictivo, gratuito y apto para videojugadores con memoria histórica, gente que quiera pasar el rato con esto en lugar de con las adaptaciones en Flash, retromongers en general que busquen lo antiguo por lo antiguo. En la página de BlitWise Productions, la compañía del autor, se puede descargar el DX-Ball "original" además de la segunda parte, que me he dado cuenta hace una hora que existía y probaré en cuanto acabe aquí. Asimismo, este no es el único programa de entretenimiento creado por este Michael P. Welch así que si os interesan este tipo de videojuegos, tal vez encontréis algo de interés en su catálogo. Yo lo comprobaré en unos días, tras pasarme la segunda parte de DX-Ball.

sábado, 14 de julio de 2012

Fire leap, de la banda sonora de The Wicker Man





Quinto tema de la fascinante banda sonora (Silva Screen, 2002) de una de las candidatas a mejor película de terror de la Historia, The Wicker Man.