martes, 15 de noviembre de 2011

Arte lovecraftiano: Clark Ashton Smith, Santiago Caruso, Enrique Alcatena


¿Cuántos, leyendo un relato de Lovecraft o allegados, os habéis dicho “esto tengo que dibujarlo porque no me entra en la cabeza”? Algo parecido comentaba en la reciente entrada sobre The call of Cthulhu y los mundos creados en los Mitos de Cthulhu: las arquitecturas y entidades que se dan cita en esta cosmogonía del siglo XX amenazan la vida y la psique de todos los que se han encontrado a sus pies, pues de entre aquellos que regresen del vacío cósmico ¿quién conservará la cordura suficiente como para dibujar lo innombrable? ¡Tekeli-li! ¡Tekeli-li!




Hoy día, estamos prácticamente desbordados por las representaciones de los Seres Primigenios y demás, hechos con mayor o menor fortuna y de los más devotos al espíritu del ciclo hasta los que convierten a Cthulhu en el compañero de Hello Kitty (si Lovecraft no tenía humor era debido a esto). Muy diversos autores han dado forma a los horrores venidos de más allá de la estratosfera siguiendo las escasas descripciones de los relatos y con el paso del tiempo incluso se ha establecido cierto canon a la hora de representar a estos seres de terror, tratando de domesticar el miedo abisal que emana de estas narraciones.




Recientemente, he leído (y observado con atención) Bestiario, título de la editorial Libros del Zorro Rojo donde el ilustrador Enrique Alcatena pone rostro a lo que difícilmente podría decirse que posee tal cosa. Autodidacta, sus ilustraciones se salen un tanto de la tónica general de los dibujos sobre los mundos de Lovecraft, azuzando, y no delimitando mediante lugares comunes, el horror cósmico. Son dibujos de auténtica pesadilla, con un uso del trazo y el color que crean estampas verdaderamente grotescas de seres que deberían estar encerrados por toda la eternidad. En páginas como la dedicada a la Gran Raza, los dibujos son relativamente fáciles de “abarcar”, las líneas son claras y la figura se capta a simple vista; pero en otras, como las dedicadas a Cthulhu o a Yog-Sothoth, los contornos se diluyen, las figuras dejan de ser captables de un solo vistazo, pues el pulso y mente de Alcatena se desatan dando lugar a visiones de carácter expresionista ante las que el ser humano se ve negado, hundido en un maremágnum, consciente de ser un simple nanosegundo en el reloj del universo.






En la colección Libros del Zorro Rojo, encontramos también a otro artista que ha volcado en el fantástico su saber hacer con lápices, pinceles y plumillas. La última obra en ser editada por este sello, El monje y la hija del verdugo, novela del extravagante, ácido y siempre necesario Ambrose Bierce, cuenta como glorioso acompañamiento con las intensas ilustraciones de Santiago Caruso, dibujante argentino con un potente bagaje a sus espaldas y que promete años de agradables sorpresas. Anterior al de Bierce, se encargó del acompañamiento visual de La condesa sangrienta, narración de la también argentina Alejandra Pizarnik sobre las correrías de la noble Erzsebet Bathory. Y el primero de todos fue, nada más y nada menos, El horror de Dunwich. Con un estilo donde se adivinan las herencias de los pintores medievales, Peter Brueghel el Viejo y su tratamiento de lo macabro, y la mística de William Blake y de los simbolistas, sus obras para este relato recrean con acierto la atmósfera de cotidianeidad extraña, libros viejos de nombre oscuro y secretos que no deben ser revelados.








Alcatena, Caruso y tantos otros, Breccia es un buen ejemplo, han tratado de dar forma al Caos, aunque siempre a este lado de la barrera, el lado de los lectores; pero ¿y si esa totemización viniera de parte de alguien que colaboró con sus relatos en los Mitos de Cthulhu?




Clark Ashton Smith era parte del núcleo duro, por así decir, del círculo de Lovecraft junto a August Derleth, Robert Bloch o Frank Belknap Long entre otros. Smith contribuyó con sus historias al mundo creado por el de Providence, con quien sostuvo una estrecha relación que mediante la correspondencia redujo los miles de kilómetros que distan entre California (patria chica de Smith) y Nueva Inglaterra, llegando a aparecer incluso como el sacerdote atlante Klarkash-Ton en El que susurra en la oscuridad. Smith no sólo elaboró textos como Estirpe de la cripta o Ubbo-Satha (perteneciente al Ciclo de Hiperbórea), sino que honró también a Tsathoggua (su aportación al panteón lovecraftiano) y compañía explorando otras de sus facetas artísticas.




Azathoth


Smith, principalmente conocido como autor de género fantástico, también tuvo una prolífica obra como escultor y pintor a la que se dedicó en cuerpo y alma durante los últimos 25 años de su vida ya que encontraba su elaboración más fácil y placentera que la de la escritura. Autodidacta, canalizando intuitivamente sus energías creativas, en sus dibujos se aprecia un trazo generalmente sinuoso, como de ilustración juvenil en ocasiones, mezclado con una intención científica, de recoger en un cuaderno las características de moradores y artefactos de culturas exóticas; y, junto a ello, un colorido que incide en esa sensación de extrañeza en el espectador, observador de un mundo que le es ajeno, lejano en el espacio y el tiempo, casi fantástico. Por su parte, las esculturas poseen un carácter totémico, subrayado por la sencillez de líneas que recuerdan a las formas usadas por civilizaciones pre-colombinas como la cultura moche o los olmecas o a relieves mesopotámicos (1). Azathoth, Shub-Niggurath, figuras atlantes que parecen representar gobernadores, otras que sugieren personalidades religiosas... Clark Ashton Smith no hizo sino poner en piedra lo que antes había escrito sobre papel.


Soldado hiperbóreo


Tsathoggua


Dagon


Eibon el brujo


Shub-Niggurath


Estas obras, algunas de ellas recogidas en The Fantastic Art of Clark Ashton Smith de Dennis Rickard, recibieron las alabanzas del propio Lovecraft. A buen seguro que vio en estas imágenes las estatuillas y dibujos rituales que devotos cultistas crearon a mayor gloria de dioses sedientos de sacrificios. Nosotros, como descubridores de civilizaciones olvidadas, nos limitaremos a contemplarlas como reliquias que encierran dentro historias que tal vez sería mejor no desenterrar.




Que se canten sus alabanzas,
y que se recuerde la abundancia
al Chivo Negro de los Bosques.
¡Iä! ¡Shub-Niggurath!
¡El Chivo de Mil Descendientes!



(1) Pájaro de dientes de sierra, de Clark Ashton Smith.

2 comentarios:

E.B. dijo...

Las esculturas dan miedooooo! pero los dibujos son muy interesantes,sobretodo los colores y los monstruos jeje.

E. dijo...

Por los dibujos, ¿te refieres a los de Ashton Smith o dices en general, los de Caruso y Alcatena? Porque acabo de reparar en que no he puesto ningún dibujo del colega de Lovecraft, jeje.

A mí de las esculturas, me gusta precisamente eso, que son totalmente verosímiles, parecen arrancadas por exploradores de sus tumbas y templos y que aún ahora, aquí en la civilización, tal vez en algún museo (:D), guardan todo su componente atávico y son capaces de transmitir cierto horror religioso.

Muchas gracias por comentar.